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La historia de Oso con Humita

Todo comenzó cuando llegó la primera corbata de humita a mis manos. Al verla no tenía la menor idea de qué se trataba, pero sentí un curioso interés por ese accesorio: su diseño clásico, forma sinuosa y la suavidad de su tela me cautivaron tremendamente.

 

Con el tiempo mi gusto por las humitas fue creciendo y naturalmente me entusiasmé con tener alguna otra. Quise comprar una nueva, pero cuando vi el precio que tenían, grande fue mi decepción: eran inalcanzables para mi escuálido bolsillo de estudiante universitario de ese entonces. Con mis vagos conocimientos de costura, que solo conocían de un rústico apitillado/ajustado de pantalones que ofrecía a mis compañeros de universidad, me propuse fabricar una humita de lazo.

 

Y apareció el primer problema: ¿dónde conseguía tela? Justo por ese entonces, mi amigo don Mario, un conocido sastre viñamarino, me había regalado unos recortes de bastas de pantalones de casimir. Así que decidí ocupar lo que tenía a mano. Ahora solo me faltaban los broches. 

 

Fui con mi humita original a todas las paqueterías a preguntar, pero esos broches tan específicos no estaban en ningún lado. ¿Qué ocupar de reemplazo? Me tuve que conformar con un broche de sostén.

 

Para ser honesto, el resultado final no era muy alentador: la humita quedó horrible. La tela no era la adecuada, la forma no era correcta y mis dotes costureros a duras penas se las batían con el apitillado de jeans universitarios. ¡Pero qué importaba! Mi primer ejemplar ya estaba creado, solo era cosa de tiempo…

 

Estuve días, semanas y meses frente a la máquina de coser: una vieja y ruidosa Singer 666 que heredé de mi abuela. Lo que fueron recortes de pantalones, ahora eran finas sedas que reutilizaba de corbatas de la ropa americana. Los broches de sostenes fueron reemplazados por los originales para humitas, que encargué por internet. El producto mejoraba cada vez más y así también crecía mi entusiasmo. 

 

A esas alturas, mi tiempo libre transcurría entre desvelos, experimentos de moldes y variados materiales. Mi máquina de coser ya era bautizada como “la matraca”, en honor al ruido que emitía en cada puntada. De hecho, más de algún reto nos ganamos cosiendo hasta altas horas de la noche.

 

Al cabo de un año, me fui dando cuenta que mis humitas no tenían nada que envidiarle a la primera que había llegado a mis manos. Y pensé: ¿por qué no venderlas como antes lo hacía con mis apitillados y bastas? En un par de semanas habría una gala en mi Universidad, y de seguro mis humitas podrían engalanar a más de algún sansano. Pero… ¿Cómo hacerlo? Definitivamente, lo primero que necesitaba era un modelo para fotografiar y publicitar mi producto. Yo no me consideraba a la altura de esa tarea y mi gata no se quedaba quieta. De pronto, sentí que alguien me miraba de reojo. Giré mi cabeza y ahí estaba: ¡era el oso!, un antiguo peluche que mi madre encontró en un anticuario de Valparaíso. Fue imposible no atar mi humita a su cuello raído y disparar el flash. Nunca había tirado tanta pinta ese oso.

humita.

Fin.

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6 comentarios en “La historia de Oso con Humita”

  1. No hay límites para ser una estrella, felicitaciones por tu entusiasmo, emprendimiento, Dios bendiga tu trabajo, esfuerzo y te lleve tus diseños a las grandes tiendas exclusivas!

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